martes, 15 de abril de 2008

En esta ciudad sin estrellas.

Las horas que pasamos sentados. Las lunas que acostamos delante de vasos de cristal, dormidos, vacíos, inhertes a los pensamientos de los bebedores. Los árboles sin hojas, de ramas secas, de troncos fuertes, ásperos y vacíos, de hormigas que buscan consuelo en comida para compartir, de libros y revistas que llenan sus páginas con imágenes ilusorias, de Macondos de pacotilla. Las vidas que te cruzan los ojos, de los roces de las manos involuntarios. De las noches sin sueño.

Salir por la puerta con un portazo, con un signo de interrogación que se pregunta cuándo volverás, que te pregunta cunándo le abrirás de nuevo, dejando por respuesta unos puntos suspensivos que nada apuntan. Subes, la azotea que nunca visitas y que ni siquiera sabes que existe es el único lugar en el que quieres refugiarte, porque las estrellas no se ven desde la cama. Y abres la puerta, una puerta desvencijada, vieja, rota, sin ningún tipo de seguridad que te impida conocerla... y lo primero que buscas son las cuatro estrellas que esperas ver en una ciudad llena de nubes. Y no ves nada.

En esta ciudad sin estrellas, donde el egoismo y la felicidad andan codo con codo, donde la muerte no tiene importancia y se cree que la vida es frugal, porque sí, aquí es donde me encuentro.

Un trobellino de palabras y canciones me levanta los sesos desparramados por el suelo, me levanta la sangre incrustada en la bañera, me recompone los huesos de palabras no escritas.

Y no pasa nada. Nadie llora, nadie grita, nadie llama. Porque tantas veces que te imaginaste este momento hicieron que vivieras en una realidad inventada. Y ahora te arrepientes de muchas cosas, pues tu vida dejó de ser tuya hace muchos años, hace muchos días, hace muchos recuerdos, donde el niño gordete y bonachón era sin duda el más prometedor de la calle, de la casa, de la esquina, y donde todo lo cambió por un puñado de posibles futuros.

Y te quedaste sin nada.

Y ahora, tú, sólo frente a la pared dibujas el destino de tus manos.

Pero las lágrimas te acabaron las pinturas...