miércoles, 28 de abril de 2010

Confesiones.

Me ahoga la ropa que he robado de las arcas patriarcales. Y esta casa que no es mía ni de nadie se encoge conmigo dentro de los cajones, con un gran candado confiscando el menor de mis pecados. No es que no quiera ser pecador; es que el pecado me ha devorado como un histérico devora sus secretos.

Una tarde me hablaba el Otoño, que ya estaba cansado de marrones y alopecia y le propuse que nos fugásemos de esta ciudad que nos mata. Al final el avión me dejó solo en una ciudad que no entendía ni quería comprender(me), con un fajo de billetes con los que limpiarme los mocos y la vergüenza, las ganas de no volver, las ganas de no volver a estar. Al final me pudieron las fuerzas. La ciudad me devoró los sesos y me dejó ciego, para no volver a ver el camino hacia ella.

Yo, con mis años, con la nada que llevo guardada en los bolsillos, con las conciencias aupadas a la espalda, con los sacrificios de una vida que nunca gana, observo mis músculos, mis articulaciones, el amarillo de mis dedos. Y solo veo un color muy oscuro, casi negro, que cubre mis párpados, mis tinieblas y se engancha de mis legañas, resbalando por mi sucia boca hasta llegar a las llamas del averno. Allí prende como una cerilla, como el alma de los desesperados.


Confieso que ya nada me asusta.

martes, 20 de abril de 2010

El zurullo que me devoró.

Alegría. Alboroto. Y otro perrito piloto. Pero a mí que me devoren las moscas, que no las aparte tu lengua rabiosa, que ya no puedo. Mi sueño es dormir y derramar ríos de carmín y ácido por mis muñecas. O que sea algodón de azúcar, que arañe mis años, mis uñas, mis ñus. Pero que sea pronto.

Me
vuelvo
loco
en
mis
paredes.

Pero mi casa está bajo esta tierra seca, agrietada, dura como la losa de mármol que cubre tu boca y no me deja salir al pasillo, a fumarme mis tres días de resurrección.

Hoy es poco, mañana será púrpura y rojo, amigo de lo ajeno. Más ajeno que amigo. Más tierra en los ojos que camino de violetas.

Así que se pudran sus entrañas y después ya hablaremos de negocios, camarada.






Y así es como deben terminar los cuentos. O tú o yo.