domingo, 29 de abril de 2012

teesperoenmicasa.

Es un día tan perfecto para escribir que no puede dejarse escapar. Al gris súmale lluvia, soltería auto-destructiva a lo Bridget (pero feliz), júntale un poco de música de guitarra y voz, de películas de melodrama et voilà, una caja vacía que recuperar. Poco a poco.

 Siempre quise escribir la historia más triste del Universo, plagada de amores rotos, de la muerte de todos sus protagonistas, de la supervivencia del ser más vil y despreciable capaz de suscitar el odio más negro y profundo que puede encontrarse sólo debajo de las uñas, entre la roña que se pudre durante años en los borrachos que duermen en la calle rebuscando entre lo más sucio y asqueroso de cada casa, pero carezco de todo lo que se necesita para poder escribir algo que merezca la aprobación de uno mismo. Quizá sea esa la razón por la que siempre termino escribiendo sobre mí, sobre mis deseos como hombre, de mis anhelos de romanticismo suicida.

Cada día que pasa recuerdo todos los momentos que han pasado por mis días, todos los cafés, todas las calles, todos los cigarros, drogas, patatas fritas, coca-colas lights y kilos de grasa que han venido y ahora ya se han ido, dejándome como muchos otros aquí, a la intemperie de esta vida que no sé vivir solo.

 Estoy tan perdido tratando de encontrarme que no sé qué colores son los que pinta esta ciudad nueva que paseo cada día, este metro y esta gente que me vive y me mueve. No es que necesite de tu ayuda, Prometeo, no necesito tu fuego para iluminar la oscuridad porque no existe tal oscuridad. Está todo muy blanco, muy iluminado, sin paredes ni techo, cegando mis manos, mis brazos, adormeciendo cada palabra que se refleja contra el suelo como notas en un pentagrama que danza como una guitarra que baila las cuerdas al son de esa luz tan intensa.

 Es como ese nudo cuando llegas solo en el avión, que crece con cada sacudida del aterrizaje, esa presión en la boca del estómago que te vacía y te pesa como si hubieras almorzado diez manzanas, que se convierte en piedra cuando recoges tu maleta y se volatiliza cuando entre todos encuentras su cara que te ayuda con el peso. Es esa sensación, pero añádele una cadena a tus pies que no te deja más que flotar, sin llegar a descubrir nunca ese techo.

 Y es que mi vida ha sido tan tortuosa, tan tormentosa, tan aguda que esta normalidad me revuelve las tripas y me marea a modo de mal colocón, aprisionando mis hombros y mi pecho en un corsé que a duras penas me deja inhalar todo el aire que permiten mis costillas y que se esconde en cada músculo de mi tronco impidiendo que lo exhale, formando burbujas en mis arterias, volviéndose cristal, MDMA, cisnes, papeles, asfalto.

 Hace mucho que no comparten su peso conmigo, que no me esperan en las estaciones ni me llevan al cine ni me invitan a cenar ni se fuman un cigarro conmigo ni me dicen buenos días buenas tardes buenas noches te quiero te llevas todo el edredón córrete en mi boca te espero en mi casa.

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domingo, 20 de marzo de 2011

Perderse en la cama y dormir en lo profundo del mar.

Hoy soñé contigo. Bueno, no soñé, viví contigo. Anoche tú y yo, guarecidos de la lluvia bajo un arco de piedra, nos besamos como cuando los días eran más largos, más bellos, más tiernos, más anormales, menos dolorosos. Anoche soñé contigo, pero por primera vez, soñé ordenado, sin saltos en el tiempo, sin gente desconocida, o conocida pero en otros cuerpos y otras mentes, ayer la gente era tan real como la recordábamos, pero sin tanta mala leche, sin tanto rencor, indicándonos la hora y el momento de encontrarnos. Ayer eramos tú y yo, pero también lo eran el resto; y las horas corrían con sus sesenta minutos y mis labios aún seguían húmedos cuando me he despertado, sobresaltado, totalmente perdido, buscándote, porque sabía que estabas ahí.

Lo malo no ha sido despertar y descubrir que no estabas, no, lo malo ha sido descubrir que nunca fuiste un sueño, que existes, que no te tengo. Probablemente esto no sea lo más bonito que escriba, después de mucho tiempo sin hacerlo, pero seguramente si sea lo que más duele escribir. Hoy tu ausencia, el espacio que no ocupas, me ha jodido todo el día, todo el sol, me ha jodido la comida y el vino, me ha jodido la siesta y hará lo mismo con la noche, porque sé que no te tendré nunca.

No eres tú, es la idea de ti lo que me preocupa. No es que esté obsesionado contigo, no es que esté enamorado de ti, no es que me seas imprescindible e indispensable. Nada de eso. Es que necesito escuchar tu pecho y enredarme en tu pelo, necesito oler tu sexo y devorarlo, necesito acurrucarme en tu axila y mirar las estrellas, fumar dormir, volar. Quiero contarte.

No sé qué pasa, no sé si será este lugar o la ansiedad por escapar, no sé si fue la brevedad de nuestros encuentros o encontrarte dormido en mi cabeza, la desesperanza del amor o la inexistencia del mismo. Desconozco si fue la edad o si me perdí hace horas en elucubraciones. Quizás sea el tiempo, los años que han pasado desde aquella última vez. Sólo sé que hoy la Luna está cincuenta mil kilómetros más cerca de la Tierra y creo que esta noche quiere arrastrarme y elevarme de este suelo, de esta cama que nunca habito.

Quizás sean anémonas de humo.

martes, 8 de febrero de 2011

Amanecer, aunque sea noche, deborando tempestades. Encontrarte algún día contando los cristales de mi pecho, llenando mis pequeños pulmones de tu rabia desmedida, de tu calma muerta, de los colores de mi tierra, de la tierra de mis manos que se enganchan de tu pelo del color de la amapola. Mi boca, que retuerce y estremece tus senos de mujer madura, tus arrugas de mujer amada, tus ojos nublados por el tiempo y la pena. Mi boca que debora tu carne muerta y la consagra en el altar con el vino del Hijo. Mi hijo. Mientras la lluvia de mil limones cae sobre mis ojos y mis heridas. Cinco trombones, dos cornetas y la trompeta del arcángel esperan en la puerta a que te vistas y te termines la sopa. Los centauros vienen con chaquetas moradas y pantalones blancos, los lestrigones vienen desnudos, esperando encontrar consuelo en los brazos de mujeres sin alma. Yo debo cargar, de repente, con el peso de mis años vividos y de los que no deberían haber llegado todavía, con el peso de esta luz y de este orbe que es mi sol que llevo a hombros. Arrastrando el amor que muerde mi boca, mi sangre que quema mis manos. Mi dolor que se evapora. Ahora es mi sombra la que vuela, mi pelo el que se enreda.



miércoles, 28 de abril de 2010

Confesiones.

Me ahoga la ropa que he robado de las arcas patriarcales. Y esta casa que no es mía ni de nadie se encoge conmigo dentro de los cajones, con un gran candado confiscando el menor de mis pecados. No es que no quiera ser pecador; es que el pecado me ha devorado como un histérico devora sus secretos.

Una tarde me hablaba el Otoño, que ya estaba cansado de marrones y alopecia y le propuse que nos fugásemos de esta ciudad que nos mata. Al final el avión me dejó solo en una ciudad que no entendía ni quería comprender(me), con un fajo de billetes con los que limpiarme los mocos y la vergüenza, las ganas de no volver, las ganas de no volver a estar. Al final me pudieron las fuerzas. La ciudad me devoró los sesos y me dejó ciego, para no volver a ver el camino hacia ella.

Yo, con mis años, con la nada que llevo guardada en los bolsillos, con las conciencias aupadas a la espalda, con los sacrificios de una vida que nunca gana, observo mis músculos, mis articulaciones, el amarillo de mis dedos. Y solo veo un color muy oscuro, casi negro, que cubre mis párpados, mis tinieblas y se engancha de mis legañas, resbalando por mi sucia boca hasta llegar a las llamas del averno. Allí prende como una cerilla, como el alma de los desesperados.


Confieso que ya nada me asusta.

martes, 20 de abril de 2010

El zurullo que me devoró.

Alegría. Alboroto. Y otro perrito piloto. Pero a mí que me devoren las moscas, que no las aparte tu lengua rabiosa, que ya no puedo. Mi sueño es dormir y derramar ríos de carmín y ácido por mis muñecas. O que sea algodón de azúcar, que arañe mis años, mis uñas, mis ñus. Pero que sea pronto.

Me
vuelvo
loco
en
mis
paredes.

Pero mi casa está bajo esta tierra seca, agrietada, dura como la losa de mármol que cubre tu boca y no me deja salir al pasillo, a fumarme mis tres días de resurrección.

Hoy es poco, mañana será púrpura y rojo, amigo de lo ajeno. Más ajeno que amigo. Más tierra en los ojos que camino de violetas.

Así que se pudran sus entrañas y después ya hablaremos de negocios, camarada.






Y así es como deben terminar los cuentos. O tú o yo.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Olvídame.

Mañana parto, mañana muero, mañana lloro, mañana añoro el día de hoy, mañana caen estrellas contra el suelo que atraviesan mi cabeza, mañana, probablemente, desaparezca mi cara de este suelo de arena roja y forme castillos de cristal en una ola de espuma rancia, amarga como los campos de cebada que nublan mi seso y arañanan mi cuerpo desnudo, mi cuerpo que antes era carne y ahora sólo es humo negro, marchito.

Y me persigues por la calle en la que arrastro mis alegrías y mis triunfos, mordiéndome y arrancándome el deseo de debajo de las uñas, adheridas a las losas del suelo, porque ya no quiero ir más al sitio de tus reinos. Acabados los duelos, perdidos los deseos, moriremos sobre esa línea estrecha que separa tu ira de mi odio, tu casa de mi cielo.

Nunca más digas que la noche nuca tuvo tantas estrellas como hoy. Nunca cuentes los vientos que nos azotaron ni las piedras que llovieron sobre nuestra casa, porque sólo yo puedo creer(te) lo que nace de tu cabeza.

Olvidemos la sangre de la naranja resbalando por tus brazos y lo jugoso del tomate al reventar contra mis dientes de marfil y perla. Olvida la noche en que me prometiste los besos que pisaba, la noche en la que salí corriendo y cogí el primer vuelo que me llevaba lejos de ti y de todo.

Olvídame.

lunes, 7 de septiembre de 2009

[ Shhh ]

Scott Matthew - Language.

http://www.youtube.com/watch?v=1d49RHL2B8M

El cielo estaba encapotado, de un gris que arrastraba las calles y devoraba casas, llorando pequeñas gotas de lluvia sobre sus hombros.

El cielo estaba medio roto aquella mañana cuando salió a desgarrar las venas de aquella ciduad infinitamente sola, necia. Los pasos caían desde lejos sobre los pequeños regueros de agua que se iban formando entre los adoquines, formando charcos, estancándose en el olvido de los bordillos de las aceras mientras arrastraba a su paso colillas y papeles en su particular y pequeña Odisea. Las calles, anegadas de paraguas y veneno, rezumaba olor a podredumbre y ciénaga, al empalagoso y mareante olor de magnolias. Y a pan.

Agarrado el brazo a sus libros, a su música y sus recuerdos mientras la calle se rompe con el grito ahogado de una sirena. La gente ya no se pregunta qué pasa al olor de las ambulancias. Pero su memoria late entre el pecho y su alma recordando que ningún ruido perturba el sueño de los caídos en el desierto y que anoche su cuerpo yacía pendido sobre los límites del Averno. Sólo tres míseras granadas le mantienen a este lado del límite entre lo sucio y lo prohibido, desollando las aves que ardían contra sus muslos. Las alondras tras las persianas.

En algún punto, en mitad de esta nada que es su camino, un sólo disparo lleno de rabia atravesará su rosado paladar mientras la calle se esparce de carmín.

Origami en sus alas.