miércoles, 17 de junio de 2009

De siete días en un bolsillo.

El batallón de hormigas que se cuela por mi boca sedienta, pidiendo guerra y devorando mis papilas gustativas, ahora vacías porque te has bebido todas mis ganas, dejándome este mal sabor de boca que encuentro apoyado en mi almohada este amanecer que nunca termina de romper.

Me levantas la sábana llena de cuerpos húmedos que se ahogan en este sopor de las tres de la tarde y me lanzas contra la alfombra, derritiendo todo el néctar de mi cuerpo. Entonces me miras desde lo alto de tu balcón negándome tu trenza oscura y rota.

Ya nunca será mañana en tus ojos cerrados.

Y a pesar de todo te espero en este cuarto de baño cubierto de orquídeas malvas que te buscan bajo el agua y entre mis heridas, lamidas una y mil veces con mi lengua de perro viejo y seco.

Ven y grítame al oído, ponte frente a mi y pégame todos esos golpes que nunca me diste. Ven para desaparece para siempre, mala sombra.

jueves, 11 de junio de 2009

Con tres puntos suspensivos.

Las voces que te persiguen después de ser gritadas a la luna. La luna que te persigue injuriosa en cada esquina. Las esquinas presididas por Berenices, Rapunzels y Cenicientas desamparadas, por mujeres desalmadas de la noche. La noche que sin quererlo se acaba y se hace más pequeña, huyendo del sol y protegiendo a las estrellas, partiendo hacia otros universos.

Un espejo presidido de rosas rojas, manchadas de carmín, cayendo desde lo alto de los armarios que, cubiertos de polvo, nos descubren los secretos de la mañana.

Poco a poco te desperezas de las rejas que te impone la noche y el cansancio. Hoy ya no puedes hacer más. Mientras tanto te alimentas de recuerdos y de velas calientes, absorbiendo sin querer tu gravedad.

Te espero a los pies de la manta de hierba que cubre mi cuerpo, ahogado por la intensidad de este calvario que tú llamas vida.

A miles de lunas de aquellos otoños cubiertos de hojas y cumpleaños aparecerás vestido de rojo y cristal, impávido ante mi tierna estampa de cría de jabato moribundo.

Con dos libros en la mano y un billete de tren para ayer.

lunes, 8 de junio de 2009

La noche menguante.

Con el despertar de los relojes amanecen los ceniceros llenos de colillas, frías, secas y usadas, impregnando con su olor y sus recuerdos la habitación y mi ropa. Se balancea la hamaca al ritmo del viento y la luz, una hamaca blanca que refulge en el balcón lleno de geranios, mirando a la calle, vacía, llena de luz, mirando a las ventanas, esperando que alguien la use para beberse la tarde.

Mientras tanto tú desapareces y apareces a lo lejos. Dices que vas a llegar a la hora de comer y yo te preparo gazpacho y fruta recién comprada, recién cortada de su rama madre. Llegas tarde, siempre lo haces, igual que te vas sin despedirte, sin hacer aspavientos y yo te espero aunque sé que no me despedirás con un beso...Pero me gusta tu forma de irte, aunque nunca sepa si volverás.

Y nos fumamos la tarde esperando la noche fresca que nos arranque este calor aplastante, soporífero que nos tumba en el suelo leyendo libros robados.

La noche menguante nos acecha y nos revela el secreto de la guitarra del vecino con su rasgueo asesino que nos posee con este frenesí y esta excitación color oscuro. Y en plena explosión de nuestros orgasmos perder el conocimiento y sentir el éxtasis de las drogas.

Por favor, llévame a ver salir el sol desde todos los portales de la luna.