domingo, 20 de marzo de 2011

Perderse en la cama y dormir en lo profundo del mar.

Hoy soñé contigo. Bueno, no soñé, viví contigo. Anoche tú y yo, guarecidos de la lluvia bajo un arco de piedra, nos besamos como cuando los días eran más largos, más bellos, más tiernos, más anormales, menos dolorosos. Anoche soñé contigo, pero por primera vez, soñé ordenado, sin saltos en el tiempo, sin gente desconocida, o conocida pero en otros cuerpos y otras mentes, ayer la gente era tan real como la recordábamos, pero sin tanta mala leche, sin tanto rencor, indicándonos la hora y el momento de encontrarnos. Ayer eramos tú y yo, pero también lo eran el resto; y las horas corrían con sus sesenta minutos y mis labios aún seguían húmedos cuando me he despertado, sobresaltado, totalmente perdido, buscándote, porque sabía que estabas ahí.

Lo malo no ha sido despertar y descubrir que no estabas, no, lo malo ha sido descubrir que nunca fuiste un sueño, que existes, que no te tengo. Probablemente esto no sea lo más bonito que escriba, después de mucho tiempo sin hacerlo, pero seguramente si sea lo que más duele escribir. Hoy tu ausencia, el espacio que no ocupas, me ha jodido todo el día, todo el sol, me ha jodido la comida y el vino, me ha jodido la siesta y hará lo mismo con la noche, porque sé que no te tendré nunca.

No eres tú, es la idea de ti lo que me preocupa. No es que esté obsesionado contigo, no es que esté enamorado de ti, no es que me seas imprescindible e indispensable. Nada de eso. Es que necesito escuchar tu pecho y enredarme en tu pelo, necesito oler tu sexo y devorarlo, necesito acurrucarme en tu axila y mirar las estrellas, fumar dormir, volar. Quiero contarte.

No sé qué pasa, no sé si será este lugar o la ansiedad por escapar, no sé si fue la brevedad de nuestros encuentros o encontrarte dormido en mi cabeza, la desesperanza del amor o la inexistencia del mismo. Desconozco si fue la edad o si me perdí hace horas en elucubraciones. Quizás sea el tiempo, los años que han pasado desde aquella última vez. Sólo sé que hoy la Luna está cincuenta mil kilómetros más cerca de la Tierra y creo que esta noche quiere arrastrarme y elevarme de este suelo, de esta cama que nunca habito.

Quizás sean anémonas de humo.

martes, 8 de febrero de 2011

Amanecer, aunque sea noche, deborando tempestades. Encontrarte algún día contando los cristales de mi pecho, llenando mis pequeños pulmones de tu rabia desmedida, de tu calma muerta, de los colores de mi tierra, de la tierra de mis manos que se enganchan de tu pelo del color de la amapola. Mi boca, que retuerce y estremece tus senos de mujer madura, tus arrugas de mujer amada, tus ojos nublados por el tiempo y la pena. Mi boca que debora tu carne muerta y la consagra en el altar con el vino del Hijo. Mi hijo. Mientras la lluvia de mil limones cae sobre mis ojos y mis heridas. Cinco trombones, dos cornetas y la trompeta del arcángel esperan en la puerta a que te vistas y te termines la sopa. Los centauros vienen con chaquetas moradas y pantalones blancos, los lestrigones vienen desnudos, esperando encontrar consuelo en los brazos de mujeres sin alma. Yo debo cargar, de repente, con el peso de mis años vividos y de los que no deberían haber llegado todavía, con el peso de esta luz y de este orbe que es mi sol que llevo a hombros. Arrastrando el amor que muerde mi boca, mi sangre que quema mis manos. Mi dolor que se evapora. Ahora es mi sombra la que vuela, mi pelo el que se enreda.