Con el despertar de los relojes amanecen los ceniceros llenos de colillas, frías, secas y usadas, impregnando con su olor y sus recuerdos la habitación y mi ropa. Se balancea la hamaca al ritmo del viento y la luz, una hamaca blanca que refulge en el balcón lleno de geranios, mirando a la calle, vacía, llena de luz, mirando a las ventanas, esperando que alguien la use para beberse la tarde.
Mientras tanto tú desapareces y apareces a lo lejos. Dices que vas a llegar a la hora de comer y yo te preparo gazpacho y fruta recién comprada, recién cortada de su rama madre. Llegas tarde, siempre lo haces, igual que te vas sin despedirte, sin hacer aspavientos y yo te espero aunque sé que no me despedirás con un beso...Pero me gusta tu forma de irte, aunque nunca sepa si volverás.
Y nos fumamos la tarde esperando la noche fresca que nos arranque este calor aplastante, soporífero que nos tumba en el suelo leyendo libros robados.
La noche menguante nos acecha y nos revela el secreto de la guitarra del vecino con su rasgueo asesino que nos posee con este frenesí y esta excitación color oscuro. Y en plena explosión de nuestros orgasmos perder el conocimiento y sentir el éxtasis de las drogas.
Por favor, llévame a ver salir el sol desde todos los portales de la luna.
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