Párate y da unas vueltas, sobre ti mismo, mirando arriba al cielo, a las estrellas de la mañana, a la luna que está a la sombra del sol durante todo el día, a los aviones que sobrevuelan tu cabeza que llevan pasajeros que te observan, desde lejos, pero te observan, te mirran, atentos a tus vuelas. Mira a las hojas que cuelgan de los arboles, aquellas que se balancean pendiendo de un hilo, las últimas y más fuertes que creen que le han ganado el pulso al otoño. Míralas.
Y coje una hormiga, siéntala en tu mano y hazla rabiar, muevela, que ande y no se caiga, y cántale. Que sea cualquier cosa, pero cántale.
Párate, deja de dar vueltas y sigue tu camino. Y mañana rueda por el suelo y mánchate las manos y haz bolitas de barro. Cuéntame qué es lo que sientes al sentir de nuevo lo que sientes.
1 comentario:
Me gusta dar vueltas; de hecho creo que hay días que me emborracho sólo a base de vueltas. Aunque la mayoría de las veces sea a base de absentas...
Y sí, desde el contrapicado todo se ve más importante, más lejano, más azul celeste... Por eso me gusta que llueva y que me caiga una gaota en el ojo; esa sí que es una experiencia táctil, como las bolas de barro, como tocar a la hormiga. A esa se le canta un fado, a ver si aplaude.
Y a girar.
Cuídese. Un saludo.
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