jueves, 7 de febrero de 2008

...Una vez, sólamente una vez, ya lo ves...

Ayer descubrí que no conozco mi vida, ni mi ciudad, ni mis ganas. Ayer conocí una calle estrecha, de adoquines grandes, regulares, incómodos y pulidos que me llevaron como por un camino de losas amarillas a lugares que no conocía. A mi Oz particular. Ayer esperé que el final del camino llegara a mí de una forma u otra.

Y llegó. En forma de voz, en forma de llamada, con un "¡Hola!" inesperado, simpático, abierto y limpio, sincero como una pequeña bombilla en una lamparita pequeña que alumbra una esquinita de la habitación y evita que nos caigamos en la oscuridad de los suelos.

Comento con mi almohada (y ella me da la razón de forma tajante) que los libros han dejado de hacerme caso, ya no me responden ni me consuelan. Es ahora, en lo profundo de mis sueños, en plena fase REM de inconsciencia premeditada donde hayo imaginación, películas e historias que me entretienen en los primeros momentos del día y que se quedan ahí. No duran mas de tres minutos en mi mente, como les sucede a los peces de colores, y me martiriza a lo largo de los días intentando recordar aquello que me sonroja y me sonríe.

Pero ya he encontrado un sustituto a mis sueños. Ya he aprendido a soñar despierto y verme andando tres pasos por delante, siguiendo los pasos de unos patos y unos peces.
Sonrojándome con la luz del día y abatido por el peso de tus palabras.

Y mostrarte lo que ven mis ojos, con el color de las tardes púrpuras de invierno.

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